Opinió

Mandar el Govern a la luna de Tabarnia

Cuando hay indicios de delito, en todos los países democráticos los jueces tienen la atribución, entre otras, de intervenir las conversaciones telefónicas. Así ha sido con la etiquetada Operación Volhov. Las escuchas son un elemento imprescindible en una investigación judicial tendente a esclarecer la verdad y restablecer la justicia. Nuestro sistema penal es tan garantista, que necesita de acopio de pruebas para condenar a alguien. Ni siquiera la confesión es suficiente. Aunque te auto inculpes del asesinato de Kennedy, si no se puede probar ante un tribunal, el juez no tendrá más remedio que dejarte en libertad.

Cuando se escuchan conversaciones de manera legal, recopilas la información buscada y también inevitablemente, otros relatos colaterales. Quizás no sean delictivos, pero sí reales como la vida misma. Es la expresión íntima y desnuda de lo que cada uno piensa, de lo que realmente son sin maquillaje.

“Torra es un subnormal profundo” y “Junqueras un enajenado”, decía David Madí, pensando que nadie les escuchaba, a los otros investigados de la trama civil del procés.

Tienen su reflexión estas conversaciones de empresarios de éxito gracias no a su ingenio ni su trabajo, sino por estar a la sombra del poder, situados en ese capitalismo de amiguetes que está destrozando nuestra sociedad y nuestra economía. Son la trama civil del golpismo, esos que repiten “Volem una Catalunya lliure” y, aunque en público loan a los políticos y compiten a ver quién se da los golpes más fuertes en el pecho, en privado reconocen que estamos en manos, según ellos mismos dicen, de “subnormales profundos o de enajenados”.

¿Qué puede salir mal con estos timoneles? ¿Quién se subiría a un avión sabiendo que el piloto y el copiloto son unos perturbados? ¿Quién se subiría a un autobús sabiendo que el conductor está bebido? Nadie lo haría en la vida normal y llega la gran pregunta: ¿por qué la política es tan divergente de la vida?

Estamos en una pandemia que a unos nos está encarcelando en la miseria y a otros les da plena libertad para sus miserias. De las conversaciones se desprende que la gestión de las residencias raya lo criminal. Conocedores de la situación les importaba nada la vida de nuestros mayores mientras ellos iban al sastre para hacerse más grandes los bolsillos.

No hay dinero para la gente que sufre, pero sí para sus chanchullos. La última pincelada: gastar 17M en una NASA catalana. Reminiscencias de la extinta URRS, donde las hambrunas y la miseria asolaban la vida de sus ciudadanos, pero para la vanidosa carrera espacial, no faltaban recursos. Ojalá el primer viaje a la Luna sea ocupado por el gobierno en pleno, que ellos lleven la estelada. El Tintín en la Luna de Tabarnia ya se lo regalo yo.

Todo es un engaño y la pandemia es un catalizador de la miseria subyacente. Algunos, muy pocos, los próceres que hablaban por teléfono utilizan a los incautos: tanto políticos como ciudadanos, para sus fines. Si algún momento se les va de las manos, ellos no tendrán ningún problema. Cogerán un avión privado y se largarán a vivir en algún país exótico con conexión a Internet para acceder a sus gruesas cuentas en Andorra o en Suiza. El resto somos en realidad los patriotas, los que hemos echado raíces, con nuestra empresa y nuestro trabajo en esta tierra.

“Recuerda, recuerda. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora de evocarla sin dilación”, le decía Guy Fawkes a Amy en la distópica pero cada vez más real película, V de Vendetta.

La “triada oscura” no puede ser la luz de la política. No hay pecado original que nos condicione.

En nuestras manos está cambiarlo. No hace falta llenar un tren de pólvora: con una sencilla papeleta es suficiente para mandar definitivamente este gobierno a la Luna de Tabarnia.