Opinió

Confinados

“Un buen tratamiento con un mal diagnóstico no funciona” me explicaba, con reminiscencias sanitarias hace unos días, un amigo.

Pandemias han existido desde el principio de los tiempos y en aquel entonces se trataban con las posibilidades y el exiguo conocimiento de la época, que se limitaban al “confinamiento” y a los rezos. Una de las más temidas enfermedades de la antigüedad era la lepra, pero el avance del conocimiento pronto permitió conjugar la protección sanitaria frente al contagio evitando el confinamiento. A los leprosos se les permitió salir a la calle; cubiertos, guardando las distancias de seguridad y avisando a los transeúntes del peligro de su desgracia mediante lo que denominaron “Tablas de San Lázaro” y una campanilla que con su sonido advertía el peligro y recordaba la distancia de seguridad a los transeúntes.

Eran otros tiempos de limitada tecnología, pero ya tenían consciencia de la problemática derivada del confinamiento y la intentaban minimizar al máximo. En nuestra Catalunya del siglo XXI hemos vuelto al XIV. La panacea vuelve a ser simple confinamiento sin agotar todas las vías posibles. El método más sencillo, más cómodo para los gobernantes y el más traumático para los ciudadanos. Limitará la extinción de la especie humana, pero no la de miles de autónomos. 

En el siglo XXI disponemos de muchas herramientas; el bluetooth de nuestros smartphones es la campanilla del leproso de nuestros tiempos. Los códigos QR y el Big Data puede procesar sin dificultad las trazabilidades y localizaciones. Por ello, desde el primer día, el grupo de Cs propusimos el desarrollo de una aplicación que ayudara de manera potente en la lucha contra la pandemia para evitar volver, tras los sacrificios de la primera ola, a la tan antigua como traumática receta del confinamiento.

Poco caso nos hicieron, entretenidos como están con sus luchas internas por el poder y la soberbia que les caracteriza, incompatible con la humildad necesaria para aprender de errores y corregir actuaciones en este escenario en el que todos somos aprendices.

Confinamiento es una palabra que les gusta. Es su propuesta de futuro desde el pasado. El español es la segunda lengua del mundo y la primera en crecimiento. Tenemos la fortuna de tenerla como propia y la oportunidad de aprenderla de manera académica y solvente sin esfuerzo añadido. No como el inglés y sus derivadas de veranos en Reino Unido e inviernos en academias de refuerzo, solo accesibles a familias con recursos privilegiados.

Intentar destruir el español, sin entrar en consideraciones legales y derechos de los ciudadanos es un atraso, una voluntad más de confinamiento y un límite comunicativo a una tierra pequeña en un mundo grande.

Nos dicen que el español “ya se aprende en la calle”. Y suena tan rancio.

Antes no había educación sexual en los colegios y los reverendos padres responsables también respondían con la misma teoría de “eso se aprende en los billares hablando con los amigos”.

Ciertamente, no me siento concernido para defender ninguna lengua que ya evoluciona sola sin mi liliputiense ayuda. Pero sí para defender los derechos y, sobre todo, los intereses de nuestros ciudadanos. Frente a esta voluntad de “confinarnos” con el idioma, la sanidad, la economía y la libertad.

"Seguid respirando, porque mañana volverá a amanecer y quién sabe qué traerá la marea", decía Tom Hanks en la película El Náufrago. Y llegó el día que la marea trajo materiales para hacer una barca y escapar de la isla. Consigue entregar el paquete donde aferró la esperanza, pero en el cruce de caminos de la inmensa soledad decide no tomar el camino de la camioneta que está xerografiada como el paquete. Tiene y ejerce la libertad de acceder a nuevos caminos.

Llegó un viento del este (las pandemias acostumbran a venir de él) y se ha llevado el humo de colorines y las mentiras de nuestros gobernantes.

Este naufragio pandémico ha quitado las mayúsculas a muchas palabras.

Ni la diagnosis ni el tratamiento de nuestra sociedad han sido acertados. Las viejas cataplasmas no funcionan. Estamos frente a un mundo nuevo y no podemos seguir cabalgando a lomos de mulas viejas murmurando mantras caducados. En nuestras manos está que la suave neblina de los amaneceres otoñales no extravíe el perfil del horizonte.